Afuera y encerrada


Afuera y encerrada, originalmente cargada por Sopa de Jazmin.

No es habitual que me despierte sonriendo, ni que de saltos repentinos para acomodarme bien sentada al borde de la cama. Por eso, esta mañana no se parecía a las otras, ni a las anteriores, ni a ésas, ni a ella misma. Hice el desagradable ritual de crujir los dedos de los pies, mientras me ponía las medias, me perdí en el armario buscando algun ejemplar de ropa que me sentara, me ocupé de peinarme cuidando los detalles para no parecer peinada.
Cuando todo estuvo en su lugar, tomé esa caja que acompaña desde antes de nacer y mientras la abría soplaba el polvo que lo cubría todo. Tantos años de reclusión habían hecho lo suyo.
Ajusté la pequeña corona a mi sienes, sacudí la cabeza de izquierda a derecha, y de arriba a abajo, no fuera a ser que me pasara como a la última reina del tomate en Australia. Es sabido, que las reinas pierden la corona al mínimo intento de socializar.
Era bueno sentirme yo otra vez. Era bueno sentirme coronada de nuevo. Tan bueno que me olvidé de los matices de las posibilidades.
Ayer, quise acercarme al castillo, segura de que ellos ya no estaban allí. Pude ver que no me equivocaba, y aceleraba el paso pensando en lo bueno que sería abrir las ventanas y dejar pasar la luz.
Pero las ventanas ya estaban abiertas.El sol se filtraba por todos lados. Y se escuchaban voces, y ruidos y vida.
Sentí que los pies no me alcanzaban, y mientras buscaba la llave -nunca encuentro la llave adecuada cuando la necesito- no podía despegar los ojos de esa imagen.
Cuando la encontré, la volteé en mi mano hasta dar con el lado correcto. El corazón me latía rápido y un sentimiento contradictorio me decía que todo se resolvería en un girar de cerradura.
No hubo giro. Tampoco forcejeo.
Un presentimiento de verdad me había dicho que esa no era mi puerta, ni mi castillo, ni mi ventana, ni mi haz de luz.
Me senté en la escalera de la entrada atónita y ahogada, y secándome la cara, me encontré la cabeza desnuda. Peinada como sin peinar. Afuera y encerrada.

Y recordé, que las monarquías, no se eligen.

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